La ciudad universitaria como lugar de memoria complejo.
Tras nuestra breve introducción histórica de la Ciudad Universitaria se constata la riqueza y complejidad de este multifacético lugar de memoria que alberga episodios históricos del periodo de la primera restauración borbónica, la república y, sobre todo, del largo periodo de la dictadura (1939-1978). Para el franquismo era un sitio significativo e incómodo, por el recuerdo de una defensa popular épica que supo resistir durante toda la guerra en inferioridad de condiciones y que fue internacionalmente reconocida por el apoyo brindado por intelectuales y brigadistas de todo el mundo. Los intelectuales falangistas del régimen se esforzaron a lo largo de la reconstrucción de nuestra capital tras la guerra, en convertirlo en un poderoso espacio simbólico de reverberación de la victoria en su narrativa de la Nueva España Imperial.
Con esta perspectiva, se puede considerar que el campus universitario de Moncloa es parte del nuevo eje urbano imperial que enlazaría el Palacio Real a un espacio conmemorativo de la victoria franquista centrado en el arco de triunfo instalado en Moncloa, junto al nuevo Ministerio del Aire. Un eje que recorría la Ciudad Universitaria para conectarla en su salida hacia la sierra con el Valle de los Caídos (1959), la obra faraónica con la que el dictador pretendía hacer su victoria eterna. Ambos espacios arquitectónicos son singulares en muchos sentidos. El conjunto arquitectónico llamado actualmente Valle de Cuelgamuros, en virtud de la nueva normativa, busca batir récords mundiales, con una cruz de 150 metros y una basílica de 256 metros, así como un enorme conjunto escultórico y las criptas, con más de 30.000 cadáveres exhumados, que hacen que este lugar sea uno de los máximos exponentes de necropolítica del mundo.


Por su parte, el Arco de la Victoria (1956) puede considerarse único en el mundo por estar construido para conmemorar una victoria en una guerra civil sobre sus propios ciudadanos nacionales, además de estar construido en el propio campo de batalla.

También el actual Museo de América (1944) sito en la avenida Reyes Católicos de la Ciudad Universitaria en un gran edificio de estilo arquitectónico neoherreriano, puede considerarse un dispositivo de la nueva narrativa imperial del franquismo, que buscaba proyectar la influencia del catolicismo falangista en los sectores conservadores del mundo hispanoamericano.

Visitando los diferentes edificios, parques y avenidas del campus se puede observar a simple vista vestigios de paisajes de guerra (impactos de bala en edificios, restos de búnkeres y trincheras), otros patrimonios arquitectónicos y monumentales singulares como la llamada Virgen del Asedio, así como una enorme diversidad de dispositivos simbólicos conmemorativos y encomiásticos que todavía presiden espacios interiores de diversas facultades. Este patrimonio histórico y monumental de la Ciudad Universitaria está acrecentado con un enorme patrimonio archivístico documental de enorme valor, en bibliotecas, archivos administrativos y otros fondos de imágenes fotográficas, cinematográficos, maquetas, mapas, museos, colecciones y otros recursos de investigación.
Además de esta dimensión de espacio urbano y patrimonial del campus universitario, es importante rescatar sus dimensiones sociales, cívicas e institucionales propias de la universidad como parte de su riqueza y potencialidades para asumir esta tarea. Para empezar, el protagonismo colectivo del movimiento estudiantil a lo largo de su historia, como productor informativo y cultural que materializa sus iniciativas en diversos materiales de memoria efímera (panfletos, carteles, ilustraciones, murales). Estos documentos subrayan la importancia que han tenido las diferentes generaciones del movimiento estudiantil para mantener la memoria antifascista como parte de la ciudadanía democrática española, en sus reelaboraciones en los diversos periodos de nuestra historia más reciente. Es muy considerable la cantidad de materiales por catalogar y formar parte de archivos estables, como el desarrollado el profesor Ramón Adell de la UNED

A lo largo de las últimas décadas se han desarrollado nuevos marcos teóricos y filosóficos, así como las iniciativas científicas y debates académicos que alimentan la reflexión sobre el pasado y la construcción de ciudadanía, que alimentan las nuevas perspectivas de historia pública y ciencia ciudadana como las promovidas por el arqueólogo investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Alfredo González Ruibal, para conseguir financiación para excavar las trincheras de la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo.

O el reciente mapa de los bombardeos sufridos por la capital española durante la guerra civil elaborado por los profesores de la Facultad de Arquitectura Enrique Bordes y Luis de Sobrón, un estudio equiparable al de otras ciudades europeas bombardeadas durante la segunda guerra mundial.

O la implicación activa de la biología forense en los estudios que vienen acompañando la labor de exhumaciones, como hace patente esta entrevista al profesor Luis Rios en este laboratorio Laboratorio de Antropología Esquelética de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid.
Con esta perspectiva, cabe destacar el nuevo el espacio de colaboración abierto en las últimas dos décadas con el movimiento memorialista y de derechos humanos, impulsado por la generación de nietos y bisnietos de los republicanos en las últimas dos décadas, muchos de ellos antiguos estudiantes y profesores de la propia universidad. Las demandas de verdad, memoria y justicia han penetrado también en el mundo universitario, también la reflexión de otras memorias subalternas (feministas, lgtbiq+, pacifistas, ecologistas), así como la perspectiva descolonial que reclama revisar críticamente las relaciones históricas norte-sur. A pesar de las tensiones y polémicas, así como gestiones limitadas y mal intencionadas de diversos responsables institucionales de este patrimonio muchas veces incómodo, las nuevas generaciones de profesores y estudiantes buscan superar los limitados consensos intelectuales y disciplinarios de la transición y promover nuevos valores de ciudadanía activa, memoria democrática y derechos humanos en perspectiva crítica.
